Introducción:
Cuando observamos la diversidad de enfoques existentes dentro de ese movedizo terreno que llamamos psicoterapia, surge de inmediato la necesidad de poder delimitarnos en el campo, aparentemente común, de lo que ella es, para que, a la vez que nos diferenciemos nítidamente, podamos acercarnos en aquello que consiga interrelacionarnos a todos.
La pregunta que surge es directa: ¿porqué hay psicoterapias? Es decir, si en los textos, especializados o no, encontramos en la definición frases comunes como “tratamiento de trastornos emocionales”, “saber psicológico aplicado al tratamiento de los enfermos”, “método para el tratamiento de desórdenes anímicos”, “conjunto de procedimientos psíquicos...”, ¿cómo es que un específico sistema de ayuda -la psicoterapia- puede dividirse en territorios tan demarcados en los cuales cada uno tenga que explicar sus propias conceptualizaciones con relación a ella?.
La respuesta no es menos directa: porque toda especulación elaborada sobre la razón y el sentido de ser psicoterapéutico, está íntimamente ligado a la concepción que se tenga sobre el ser humano. Parafraseando un hermoso enunciado de Erich. Fromm (1974, p. 19) al hablar del amor, “cualquier teoría (de la psicoterapia) debe comenzar con una teoría del hombre, de la existencia humana”.
En este sentido y para ser congruente con lo expresado, como psicoterapeuta gestáltico quiero compartir algunos de los postulados que caracterizan a, permítanme la siguiente expresión, la filosofía de la psicología humanista.
• Cada persona nace con una naturaleza interna que contiene dos variables biológicas fundidas en un todo que identifica a esa persona: una individual, personalizada y única, otra común, compartida con la especie humana (Abraham Maslow, 1985, p.29).
• Todo individuo viene al mundo conteniendo una serie de necesidades, algunas básicas como las de seguridad, pertenencia, amor, otras más elaboradas llamadas de desarrollo e impulsoras del organismo hacia el crecimiento y la autorrealización (Maslow, 1985, cap. 3).
• Los dos puntos anteriores configuran un perfil particular de cada persona, potencialmente disponible para evolucionar hacia la vida saludable y efectiva.
• En este orden de ideas afirmamos que lo que distingue al hombre del resto de los animales es su capacidad de crear su propia existencia, eligiendo en libertad aquello que escoja como lo más conveniente y responsabilizándose por los resultados de dicha elección.
Jean Paul Sartre lanzó esta lapidaria frase: “Estoy condenado a ser libre” (Sartre, 1993, p. 545). Lo cual significa que hasta el callejón de la neurosis es una elección existencial hecha por el individuo. Opción sin duda perturbada e insana, mas no por ello exonerable de la cuota de responsabilidad que conlleva dicha escogencia. El neurótico no es un enfermo, un producto pasivo, o de tenebrosas luchas ontogenéticas no resueltas, o de la victimaria carga del ambiente. Es la trágica consecuencia de una elección pervertida, a la cual tendrá que enfrentarse para concientizar las ganancias que, neurótica y paradójicamente, escogió buscar en tan perturbado camino.
